Ponencia realizada por Diego Bentivegna (fragmento)




Al final de los dos volúmenes que forman Las sesiones de Clara S. hay un pequeño epílogo firmado por Naranja que habla de un texto que de alguna manera contendría los fundamentos teóricos del proyecto que allí se plasma. Ese texto tiene un título transparente y seco: la Teoría del quehacer actoral cotidiano para intérpretes. 

Ese escrito existe. Lo leí en un estado avanzado de redacción. Me lo acercó la propia Naranja hace un tiempo, luego de contactarse con la pequeña editorial de la que formo parte, Cabiria, y de plantearme si era posible publicar el libro en nuestra colección de ensayos.

Mientras subrayaba el manuscrito de Naranja -que he leído, insisto, en un estado de redacción avanzada pero no cerrada del todo- iba esbozando algunas cuestiones en un cuadernito negro que acá, en parte, reproduzco.

Lo teatral como lo piensa Naranja no es una acción, sino en sus propias palabras, un quehacer. Creo que el desplazamiento de una idea fuerte, moderna si se quiere, de acción, a una idea que en apariencia es más débil y tradicional, la del quehacer, es indicativa de un desplazamiento mayor.
La Teoría del quehacer actoral cotidiano para intérpretes se trata de un texto que se presenta como teórico, pero que pide ser leído, al menos yo lo fui leyendo como una especie de teoría representada o una representación de una teoría.

Una infiltración es la introducción de un elemento que viene de otro lugar, que en este caso es una infiltración de lo teatral en lo teórico. En definitiva, Teoría del quehacer actoral cotidiano para intérpretes no se ubica por afuera ni por encima del teatro que la misma teoría propone.
Naranja en realidad, nunca me habló de sus lecturas. Algunas, sin embargo, se explicitan en el manuscrito. Resumo: lo central en la teoría es que el intérprete o el actor se infiltra en un marco que ignora su condición de espectador. No se trata tanto de un público, en un sentido habitual, sino más bien de un medio que se torna público. El lugar en el que opera  no es no tanto el de la producción de lo teatral, como plantean las teorías heredadas, las poéticas del teatro desde Aristóteles al siglo XX de Brecht, Artaud o Beckett, sino el lugar en que un público adquiere existencia . Digo de manera deliberada “adquiere existencia” y no “es construido”, porque Naranja no busca producir ese púbico por recorte y por montaje, como sucede con las poéticas de la modernidad teatral en Brecht.
No es la “mirada del otro” la que construye la representación, sino que es el público el que queda involucrado en la representación sin saberlo, sin quererlo y sin quizás nunca darse cuenta.  No hay una operación de shock ni de disrupción, sino de contagio. Hay, en consecuencia, un modo de pensar desde la irrupción actoral lo político.

La poética de Naranja interroga en cambio otro estatuto de la producción del sentido y de la generación de imágenes. En el mundo de Naranja, Pessoa, y esto sí me lo dijo ella misma, tampoco cotiza. Su mundo asemeja el del último capítulo de Amerika, de Kafka, entendido no como un relato de formación o Bildungsroman, sino más bien como un proceso de transformación de la subjetividad, como un relato de esas mutaciones. Me refiero a la aparición en el relato de Kafka del Teatro integral de Oklahoma, el teatro más grande del mundo, el teatro en el que cualquiera puede ingresar en cualquier momento, que no exige ninguna capacidad específica. Que no pide talento.
En italiano, Questa, el segundo apellido de Naranja, es un término que coincide con un  de distancia, que, como el castellano “esta”, puede ser usado para designar a alguien en un sentido general y se utiliza a menudo con un fuerte matriz despectivo hacia el sujeto al que eventualmente designa. Esta es, en definitiva, cualquier cosa, es un cualquiera. Como cualquiera puede ser parte del Teatro integral de Oklahoma, es un teatro que no tiene límites y que no reproduce en rigor el mundo, porque en última instancia coincide con él.

A cien años de Amerika, en un mundo en el que cada cual está obligado a dar forma a su propia imagen, a exhibirla como tal y a hacer de ella un valor en el mercado,  el interés, no está tanto en mirar esas imágenes, sino en generarlas. Cae la idea de espectador, que es lo que la teoría de Naranja subraya: importa que el otro participe en el acto como entorno, no que sea consciente de él. Un poco como el que mira noticieros o el que siente que participar de una acción épica o de una fiesta que se parece más a una fiesta que a un acto político porque mira el proceso electoral en la televisión y sigue minuto a minuto los resultados de un escrutinio. La épica consiste en quedar expuesto a esas imágenes.

Cualquiera puede operar en el mundo de los medios, y el arte y la literatura como parte de esa lógica. No se exige ningún rasgo específico, no es necesario poner en juego una pericia o algún talento, sino más bien exhibir una condición, infiltrarla, hacerla circular.

En un momento, al final de su recorrido, Clara S. es sometida a una de las prácticas más frecuentes de la psicopolítica, una práctica que hoy se implementa tanto en el mundo laboral privado como en la administración pública y que es decisiva en el momento de determinar el ingreso o la expulsión de alguien al sistema laboral: el test. Allí Clara S., que no está feliz con su trabajo, le responde a la psicoanalista que quisiera ser el planeta: porque podría serlo todo. De alguna manera, podría ser algo y al mismo tiempo ser cualquier otra cosa. No exactamente su contrario, sino otra cosa. Podría desplazar su subjetividad, hacer que su subjetividad surja precisamente en ese desplazamiento.

Puede pensarse, también, en un trabajo de Naranja sobre la psiquis, en una operación sobre la mente. No es un dato aleatorio que el relato que despliegan los dos volúmenes de Las sesiones de Clara S. sea el relato de dos largos tratamientos psicoanalíticos. En este punto, creo que la dimensión en la que opera Naranja, desde su Teoría del quehacer actoral, plantea como perentoria la relación entre vida  y política también desde lo psicopolítico.

Lo que prima en los recorridos de Clara S. no es tanto el progreso de un relato, sino el modo en que una narrativa de vida se produce como efecto de la repetición. En este punto, la pregunta que me quedaba flotando mucho después de leer los mails de Naranja, y que afortunadamente no admite una respuesta certera, no es tanto la pregunta acerca de cómo narrar una historia, una determinada fracción de un relato que involucra un personaje o un carácter (Clara S. en relación a Naranja, y Naranja, por supuesto, en relación a otra instancia narrativa, que permanece oscura o nebulosa), sino más bien la pregunta acerca de qué es una vida y cómo es la relación que una vida plantea con otra instancia, con una instancia donde hoy se juega lo político como cruce de subjetividad y conocimiento: la mente.


Diego Bentivegna
Poeta, editor, traductor, docente, investigador.

Para la presentación del libro 
Las sesiones de Clara S.” 
Editorial N Direcciones #8

Centro Cultural General San Martín
Agosto de 2017

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